Una
Nueva Teoría para el Desarrollo Democrático Francisco
García-Pimentel Ruiz y
Gabriel Villalever García de Quevedo fcogpr@hotmail.com
La
Democracia tuvo su origen en la creencia de que, siendo los hombres
iguales en cierto aspecto, lo son en todo.
El
mundo ha recorrido, desde principios del siglo XX,
largos caminos en busca de la libertad económica, social, política y
cultural, así como de una forma de gobierno que garantice la preservación
de los derechos fundamentales del ser humano. La humanidad parece haber
encontrado una respuesta cercana a esta solicitud en la democracia.
Pero no es la democracia una respuesta infalible ante las necesidades
descritas; hace falta lograr en la sociedad una democracia duradera,
consistente, firme, justa y equitativa, que responda al llamado de justicia
que urgentemente piden los pueblos. La humanidad busca en un llamado
de auxilio desesperado la respuesta a interrogantes tan enigmáticas
que han llevado al hombre a cometer tristes atrocidades y que, poco
a poco, han ido convirtiendo al ser humano en un ser cada vez más impotente
ante los embates de la miseria humana. En su búsqueda por la verdad,
el ser humano se ha equivocado tantas veces, y tantas veces ha derramado
sangre, que algunas heridas han tardado en cerrar, y otras tantas no
cerrarán. En
estos caminos de búsquedas, logros y tropiezos, se han ido presentando
fuertes opositores del desarrollo y la libertad que, con la bandera
del poder, de la riqueza y de la injusticia, coartan y arrancan de raíz
cualquier proceso de expansión verdadera de las libertades reales y
fundamentales que poseen los miembros de una sociedad y, peor aun, atacan
indiscriminadamente a los miembros que poseen pocas oportunidades de
desarrollo dentro de la comunidad debido a sus necesidades materiales.
La injusticia se presenta ante nuestros ojos como parte de la vida cotidiana
que se hace latente entre la sociedad que demanda acción en espera de
una respuesta firme por parte del Estado. Actualmente
nos encontramos ante una disyuntiva que marca la pauta entre países
pobres y ricos debido, entre otras cosas, a la supuesta globalización.
Por un lado, Norteamérica, Europa Occidental y varios países asiáticos
van evolucionando en economía y tecnología de una manera desmedida que,
aunque signifique un progreso para su economía, ha creado un impacto
negativo en otros aspectos de su propia sociedad, que se encuentra deambulando
entre los vicios del consumismo y el relativismo, terribles hábitos
que se pueden ver reflejados en su cultura, en sus familias, en sus
programas, en sus empresas y en sus gobiernos. Los avances tecnológicos
han sido para ellos un espejismo de perfección, una riqueza virtual
que no les deja ver, tras los telones de la grandeza capitalista, la
realidad de los muchos que aún sufren bajo el yugo de la indiferencia.
Estos países están siendo víctimas de su propia invención, ya que desde
las grandes guerras hasta el presente se han visto rodeados de un aumento
significativo de pobreza, desempleo y conflictos, tanto a nivel interno
como externo. Por
otra parte, la desigualdad y la miseria siguen siendo los principales
factores de deterioro social en los demás países del mundo. Tanto, que
más de mil millones de personas en todo el globo se encuentran en la
pobreza absoluta, y otros cientos de millones se hallan desempleadas
o "subempleadas" además de estar sometidas a injusticias,
como salarios bajos, falta de seguridad y olvido por parte del estado.
Esta pobreza que azota cada rincón del mundo puede percibirse en la
mortalidad prematura de niños, jóvenes y adultos -sobre todo en los
países subdesarrollados, en los que la asistencia social, sanitaria
y de salud es muy difícil de conseguir- y en una desnutrición que alcanza
niveles realmente asombrosos; por ejemplo, los países africanos que
por su gobierno, mala administración y su ubicación geográfica no tienen
la posibilidad de una buena alimentación, afrontando así un grave problema
de salud pública por razón de las hambrunas constantes a las que están
sometidos y al analfabetismo, que a la postre disminuye gravemente sus
posibilidades de desarrollo social y económico, poniéndolos en una situación
francamente desventajosa con respecto de otras naciones. En
México la situación no es menos preocupante; el nivel de vida de gran
parte de la población es de inconcebible pobreza extrema. Un sinnúmero
de problemas aquejan al país. El artículo 39 de la constitución mexicana
parece, más que la realidad de una República Democrática, un sueño inalcanzable.
La falta de educación, la corrupción y la inseguridad pública se han
hecho presentes de tal forma en nuestro país, que han demeritado
el trabajo de miles de mexicanos que dieron su vida por el crecimiento
y desarrollo de sus familias y de su nación. Las
guerras del siglo pasado que devastaron a todo el mundo, hicieron que
el hombre tomara conciencia de su potencial destructivo y tomara medidas
para preservar el orden y la paz. En este siglo, entonces, nos encontramos
ante una gran problemática que surgió desde siglos pasados y es herencia
de nuestros antecesores. No obstante, la juventud en nuestro país mira
con ojos benévolos a la democracia buscando en ella respuestas concretas
a los retos que ahora enfrentamos.
Hasta
el día de hoy la teoría política y el derecho constitucional no conocen
sino el Estado-nación soberano. Y éste, en los últimos cien años, se
ha hecho constante más poderoso y más dominador. Se ha transformado
en el ‘megaestado’. Hasta ahora es la única estructura política
que entendemos, con la cual estamos familiarizados y que sabemos construir
de piezas prefabricadas y estandarizadas: un poder ejecutivo, un legislativo,
tribunales, servicios diplomático, ejército nacionales, etc. Recientemente,
Peter Drucker ha
puesto en relieve una gran verdad que concreta la historia de la humanidad
en el siglo pasado. El Estado ha llegado a su máximo crecimiento y,
aunque ha traído grandes ventajas a la organización de la sociedad,
ha dejado en paso perjuicios y lesiones que siguen deteriorando a la
mayoría de los países. La admisión del declive social del último siglo
ha acaparado la atención de muchísimos humanistas que lejos de proponer
soluciones reales y concretas, se han dedicado a la crítica simplista
de reprochar cualquier suceso y calificarlo de "infame". Es
necesario plantear nuestro entorno en un sentido más objetivo en busca
de soluciones prácticas que concilien la democracia como régimen de
gobierno actual. Es
decir, no podemos darnos el lujo de juzgar los acontecimientos pasados
y actuales tomando una posición pasiva ante esta problemática sin dar,
en cambio, los medios suficientes para remediarla. No podemos quedarnos
senados viendo pasar nuestro destino. El hombre, individual y colectivamente,
reacciona ante los cambios. No se dirige de modo implacable e inexorable
hacia su destrucción guiado por inmutables leyes de la naturaleza aunque
el cambio, a veces, sea lento y difícil. El hombre es una criatura pensante
que puede cambiar y que cambia frecuentemente su camino cuando está
amenazado. Nuestra posición ante la problemática actual debe ser firme
en el cambio y resistente ante los ataques contra la democracia verdadera. Tenemos,
en estos momentos, un llamado de responsabilidad colosal ante los demás
y ante nosotros mismos de actuar conforme al interés común y de rendir
cuentas de una manera clara a la comunidad. El Estado llega al siglo
XXI con vasta experiencia y madurez iniciando, de esta forma,
una nueva etapa en la historia de la humanidad. Derechos Humanos, Justicia,
Libertad y Democracia son ideales inculcados en la cultura occidental
que se encuentran en un proceso largo y cansado de materialización pero
que, con posterioridad, se convertirán en el sustento de las relaciones
mundiales y solidaridad de todos los países de la orbe.
La
Democracia se basa en la convicción de que existen extraordinarias posibilidades
en el pueblo ordinario. A.
Una mirada a nuestra patria. En
México la democracia ha sido sembrada en suelo fértil, nos ha constado
bastante; sangre y sudor de verdaderos patriotas lograron inculcar en
la conciencia del pueblo una cultura de libre votación. La democracia
se halla ya infundida de tal modo en el pueblo, que hoy parece inimaginable
cualquier otra propuesta, ya que el pueblo se da cuenta de que "el
bien de la sociedad es más excelente que el bien de un solo hombre",
y de que, por tanto, los individuos avanzan mejor cuando avanza la sociedad
entera. Esta
actitud del mexicano evolucionó de manera importante en las últimas
tres décadas del siglo XX. Tras la revolución
social que se vivió en la segunda mitad de los años sesenta, el pueblo
mexicano dio un paso decisivo hacia la práctica de una democracia más
pura y más participativa: comenzó a buscar, poco a poco, el ser escuchado
verdaderamente en las decisiones políticas dentro de una estructura
gubernamental que alimentaba una democracia naciente y ansiosa de crecer.
Este nuevo talante se desarrolló para que, con creciente inquietud por
la justicia, los mexicanos tomáramos una conciencia más profunda de
la importancia de la participación política. Apercibidos de esta nueva
realidad, durante los últimos años, hemos buscado acercarnos más al
conocimiento del devenir político e histórico de nuestra sociedad y
se ha logrado, en un contexto general, estar más y mejor enterados de
lo que el gobierno ha logrado y dejado de lograr. Esto
ha tenido diversas consecuencias – favorables unas, deplorables
otras -. Por un lado tenemos a un pueblo más enterado, más participativo,
más inquisitivo, que no se deja engañar fácilmente, que no deja que
la impunidad sobreviva sin la infamia de la opinión pública; un pueblo
que ha aprendido a valorar a la democracia no sólo como una forma de
gobierno, sino como una forma de vida que permite, verdaderamente, que
la soberanía del Estado emane del pueblo y sea sublimada en beneficio
de éste. Por
otra parte, nos encontramos con gran cantidad de personas, depresivos
vividores del Estado, que han querido abusar de esta actitud honesta
de las personas para lograr sus objetivos, utilizando la opinión pública
para emitir críticas despiadadas que, lejos de enriquecer a la nación
o proponer soluciones prácticas, desmoralizan al pueblo, corroen al
gobierno y destruyen la confianza del pueblo hacia el gobierno. De esta
manera, lejos de favorecer a una sociedad más democrática, distancian
una vez más al pueblo de sus representantes. Nada hay que se oponga
más al fin de la democracia. Es
naturaleza de este sistema político que los ciudadanos sean escuchados.
Y no sólo escuchados, sino realmente tomados en consideración para la
toma de decisiones. Ser escuchados y ser tomados en cuenta. El papel
del gobierno, puesto que la ciudadanía tiene diferentes opiniones, es
el de un gobierno valorizador de las aportaciones de los ciudadanos.
De lo que los ciudadanos quieren, lo mejor para todos. He allí el medio
justo de la democracia. Dicho
lo anterior, acotemos: para que las aportaciones de los ciudadanos al
desarrollo de la verdadera política puedan ser tomadas en cuenta, se
requieren, según proponemos, tres factores: a) Que el ciudadano esté
bien informado de la situación política, económica y social que vive
el país; b) Que el ciudadano confíe –sin ser ingenuo- en los gobernantes
que han sido elegidos democráticamente, y c) Que el ciudadano crezca
en los valores de la democracia. Tres
son, pues, los elementos que el ciudadano necesita para que su participación
sea no solo palabrería estéril y voto adocenado: información, confianza
y valores. Profundicemos en estas afirmaciones.
El
mexicano quiere participar en la política: tal es su derecho en un estado
democrático. Tiene derecho a opinar y a colaborar en la toma de decisiones.
Puede o no estar de acuerdo con las políticas en diferentes tópicos.
Pero, para que esta opinión sea acertada y útil a la nación, es necesario
que se encuentre fundamentada en datos que expresen fielmente la realidad
social, sin ataduras ideológicas ni manipulaciones. La
participación es, en este contexto, la materia prima de la democracia,
pues las decisiones para un Estado no deben ser aportadas por uno, o
por pocos, sino por todos, pues –parafraseando a Aristóteles–,
al ser muchos, cada uno aporta una parte de virtud y de prudencia y,
al juntarse, la masa se convierte en un solo hombre de muchos pies,
de muchas manos y con muchos sentidos; y lo mismo ocurre con los caracteres
y la inteligencia. El pueblo, uniéndose, participa activamente, según
su prudencia y razón; ambas se hallan alimentadas por lo que los sentidos
perciben. En este punto colaboran, por supuesto, los medios de comunicación,
que se encargan de difundir con prontitud los dimes y diretes
de la comunidad política, pero que muchas veces se olvidan de los factores
de fondo, y expresan como verdadero lo por ellos opinado, casi siempre
de manera tendenciosa y, por supuesto, encadenados a intereses económicos
e ideológicos. Este
no es un ensayo ideal, una idea noble al aire; es una nueva teoría de
desarrollo democrático. La democracia exige que el pueblo que legisla
a través de sus representantes, posea la inteligencia necesaria para
comprender la situación del momento, adquiera un conocimiento suficiente
de los problemas de la vida en sociedad, está dotado de sentido crítico,
y elija a sus representantes entre las personas que hayan dado pruebas
inequívocas de honestidad y competencia. Y, para esto, nada más indicado
que proporcionar al pueblo la información verdadera, correcta, completa
y pertinente. Aquí
se torna más interesante esta propuesta, porque implica del gobierno
una acción pronta y definitiva. Es cierto que en esta administración
se ha favorecido el acceso público a la información sobre los órganos
y los asuntos de gobierno, a través de las páginas virtuales de las
diferentes secretarías y dependencias. Es también cierto que el gobierno
ha dejado de actuar en las sombras, bajo un halo de misterio, para abrirse
más a la comunicación con la gente. Se ha puesto al servicio de las
personas. ¿Para qué, si no para servir, está el gobierno? En
general, nos parece que la gente confía más en su gobierno, y la figura
de los servidores públicos se ha visto "revalorada" en un
contexto general. De vez en cuando, nos enteramos de que sancionaron
a algún funcionario por haber aceptado una dádiva, o de que han cesado
a un par de policías por abuso de autoridad o cohecho. Es un avance
significativo y –esperemos- definitivo. Esto, creemos, es un paso
muy importante. Decisivo, hemos de decir. Es el primero de muchos pasos
que se deben de seguir para alcanzar una verdadera cultura democrática,
en donde se viva la transparencia como el pan de cada día. El
siguiente paso es más difícil y mucho más delicado: la rendición de
cuentas por parte del gobierno. Ya sabemos, es verdad, lo que hace el
gobierno a grosso modo. Se han reducido prácticas como el nepotismo
y el amiguismo, pero aún parece haber demasiadas fugas del capital del
estado. Las aguas se ponen un poco turbias cuando comenzamos a platicar
de asuntos como Pemex, los sindicatos, la burocracia, las universidades
públicas… La pregunta que a veces nos hacemos es: ¿Y a dónde van
a parar los pesos que doy al gobierno para que los invierta en el bien
de la sociedad? ¿En dónde están mis impuestos? En
este preciso momento viene a colación el tema de la transparencia del
gobierno y de la rendición de cuentas públicas, porque la gente cada
vez se pregunta más cosas, y no hay suficientes respuestas. Aún nos
parece fuera de lógica que la tierra que los españoles conquistaron,
el cuerno de la abundancia, padezca de tanta pobreza y que, en esta
tierra de inmensas riquezas, la gente se quede con hambre, o con frío,
o sin esperanza. La
rendición de cuentas públicas, más que una simple petición o un sueño,
nos parece un derecho de todos los ciudadanos. Así como el administrador
de una empresa rinde a sus socios un detallado reporte contable de ingresos,
egresos, activos y pasivos, así el titular de la administración pública
debe a los mexicanos un reporte fiel y confiable de la situación que
guardan las cuentas públicas. Debe de haber un formato detallado de
cada gasto del erario público que podamos entender, en general, toda
la población. Y
todo esto no puede – no debe- ser realizado sólo por el gobierno
federal, sino que todas y cada una de las dependencias públicas deben
de realizar un informe detallado que llegue a la ciudadanía, porque
la ciudadanía tiene derecho de saber. No sólo la Secretaría de Hacienda,
sino todas las secretarías, los hospitales, las escuelas, las universidades,
etc.
Estamos
parados en un terreno mucho menos medible.
La confianza de un pueblo no es algo con lo que el estado pueda jugar.
No es algo que pueda arriesgar ni estamos hablando aquí de preferencias
políticas. Ni siquiera de figuras personales determinadas. Aquí lo que
nos importa es la confianza general hacia el gobierno, en un concepto
amplio, general, atemporal, impersonal, no partidista. "Por
ser un animal sociable el hombre debe a los demás cuanto es necesario
para la conservación de la sociedad. Ahora bien, es necesario para tal
convivencia el dar mutuo crédito a las palabras y creer nos dicen la
verdad. Y en este sentido adquiere la virtud de la veracidad cierta
razón de débito". Una sociedad que no tiene confianza en sus propios
miembros difícilmente encontrará el camino a seguir para la consecución
del bien común. La
transparencia no sólo se refiere al tema del dinero. Ciertamente, el
pueblo pocas veces conoce los verdaderos planes o sistemas que tiene
el gobierno y opina, por citar un ejemplo, sobre la reforma eléctrica,
sin conocer la verdadera propuesta, sino sólo los artículos periodísticos
o los panfletos políticos. El pueblo tiene derecho a ser informado de
trámites, posibilidades, becas y permisos; planes, programas, propuestas,
reformas. No sólo eso, es obligación del mexicano conocer a su gobierno.
Pero no de una manera simplista sino de una manera profunda y analítica
que el Estado debe de procurar conocer. El problema en cuestión es que
las dependencias gubernamentales no son transparentes, sino obscuras,
enigmáticas. No se sabe a bien cual es su función, sus funcionarios,
sus gastos… La gente de a pie no suele identificarse con su gobierno,
sino que procura mantenerse alejado, y evita en cuanto puede todo trámite
o permiso. Prefiere no pararse allí, pues tantas colas y tan poca información
le generan una terrible sensación de impotencia. Cree que las cosas
no pueden cambiarse, y son un mal necesario. No
hace falta decir el fuerte golpeteo que esto significa para la confianza
de la gente en el gobierno. El gobierno no es sólo el presidente y sus
secretarios, o los gobernadores y los alcaldes. Si la persona encargada
de poner un sello a un documento en la más alejada de las oficinas gubernamentales
no lo hace bien, entonces el gobierno no está haciendo las cosas bien. El
fundamento de la justicia es la buena fe, y por eso es que nos parece
importante señalar este punto cardinal en el desarrollo de una cultura
de transparencia. Confianza en el gobierno, sí; pero una confianza merecida,
porque el gobierno sea para sus gobernados una presa grande y poderosa,
pero de agua clara y transparente.
La
tarea de construir una cultura de transparencia no es sólo tarea del
gobierno. Es asunto de todos y, en un país democrático, depende también
de los gobernados. Tolerancia, pluralismo, igualdad, participación,
libertad, garantías individuales, diálogo, honestidad. Valores de sencillo
entendimiento, pero no de tan sencillo cumplimiento. En
una democracia que funcione, el ciudadano normal tiene derecho de expresar
–mas no imponer- sus ideas, sin atacar la libertad de los demás,
sin vulnerar sus derechos, y sin violar las leyes. En esto se pueden
resumir los valores de la democracia. No implica esto que el pueblo
tome el lugar del gobernante; pues no cualquier persona puede realizar
tales tareas, y en el caso de la gente no preparada para dichas empresas,
su participación en los cargos más importantes no carece de riesgos.
No cualquier persona puede ser gobernante, cierto, pero no darles opción
ni participación sería terrible, dado que el pueblo es quien elige a
sus gobernantes, quien les otorga el poder y quien, finalmente, resiente
en carne propia sus decisiones. Incluso
el Plan Nacional de Desarrollo hace notar esta necesidad, cuando sentencia:
"Una parte fundamental del proceso de democratización de la vida
de la nación, es conseguir que tanto los ciudadanos como las organizaciones
de la sociedad vivan la democracia en sus actividades cotidianas. El
camino más seguro para alcanzar esta forma de convivencia social es
una educación que fomente el valor de la democracia." Sería
una falacia culpar sólo al gobierno de toda la injusticia que hace sangrar
al pueblo mexicano. Es, en definitiva, la más contradictoria de las
actitudes la de destruir al gobierno y a las instituciones en nombre
de la democracia cuando sabemos que, precisamente en virtud de ella,
nos encontramos vinculados íntimamente con el desarrollo de la nación.
La sociedad, como comunidad política, no ha sido creada sólo con el
fin de favorecer el intercambio comercial, o militar; o para cubrir
las necesidades del ser humano: la sociedad debe tender a hacer más
virtuosos a los ciudadanos. Hay que suponer, en consecuencia, que la
comunidad política tiene por objeto las buenas acciones y no la vida
en común, Me
paso el semáforo, doy una mordida, tiro basura, fomento la corrupción,
no afino mi auto, no pago mis impuestos, y ¿es culpa del gobierno que
México sea considerado del tercer mundo? Vaya razonamiento. A veces,
la gente espera que México avance por arte de magia, aún a pesar de
los mexicanos; pero esto no va a pasar, hasta que el pueblo no se proponga
generar buenas acciones y sea un pueblo virtuoso. Es
verdad que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Al pueblo corrupto,
un gobierno corrupto. Y ¿al pueblo virtuoso? ¿al pueblo que vive la
democracia? ¿al pueblo que se forma de manera constante? ¿al pueblo
que trabaja? Para este pueblo, un gobierno virtuoso, que vive la democracia,
que se forma, que trabaja.
1. Jerarquía e interacción de los tres
factores de cambio. Tres
son, según hemos visto, los factores necesarios para alcanzar una cultura
democrática y de transparencia: información adecuada, confianza en las
instituciones y educación en los valores de la democracia. Al
ojo observador le será fácil constatar la siguiente afirmación: los
tres factores suponen una acción positiva por parte del gobierno; pero
a quien afectan directamente como consecuencia de su realización no
es al gobierno, sino al pueblo: información para el pueblo, confianza
del pueblo y educación en los valores para el pueblo. Y esto es porque
creemos firmemente que el cambio substancial en una cultura de transparencia
debe de realizarse en la actitud del pueblo mismo, con ayuda de su autoridad.
Además, la autoridad emana del pueblo, y los servidores públicos son
también ciudadanos que participan de la vida social y, por tanto, de
los valores de la sociedad. A pueblo transparente, funcionarios transparentes. México
se encuentra sumergido en una revolución democrática verdadera, y está
comenzando a vivir la pluralidad como una forma cotidiana de vida y
de gobierno. No ha sido fácil, y nadie dijo que lo sería. En esta encrucijada
histórica, el timón de la sociedad, y no el del gobierno, será quien
decida el derrotero de nuestra patria en los años, tal vez siglos, venideros.
Los tres factores de cambio que proponemos carecen de efectividad si
no trabajan todos en desarrollo paralelo. La
sola información, sin confianza ni valores, genera opiniones encontradas
que llevan a enfrentamientos ideológicos, y éstos pronto generan más
desinformación, más desconfianza y menos valores. La
sola confianza, sin información ni valores, no puede arrastrar a otra
cosa que al conformismo ingenuo de un pueblo sumiso y callado, que no
hará más por su desarrollo que lo que hagan sus gobernantes. Y éstos,
sin ser cuestionados, no tendrán el empuje necesario para hacer girar
la maquinaria humana del desarrollo. Los
valores de la democracia solos, sin más, son imposibles de lograr sin
los dos factores anteriores, porque un pueblo desinformado y sin participación
no puede jamás llamarse democrático. Entre
estos tres factores no hay una jerarquía, pero sí un orden de consecución
lógica, que empuja del primero al segundo y desemboca en el tercero.
Información, confianza, valores: tal es el orden de los factores. 2. Rendición de cuentas: sólo el principio. Es
por todo esto que el gobierno, apercibido de la realidad de un pueblo
ansioso por la democracia, debe de promover una verdadera actitud de
transparencia a través de la rendición de cuentas de forma clara y veraz,
para que de esta forma, siendo como debe ser, modelo para el pueblo
mexicano, el país entero se aboque a la adopción de esta nueva cultura
de la transparencia. Es
así como el gobierno tiene una enorme responsabilidad con sus ciudadanos,
pues, citando a Tomás de Aquino: "por exigencias de la naturaleza
sociable del hombre, éste está obligado, por cierto deber de honestidad,
a decir verdad a los otros, sin la cual se haría imposible la existencia
de la sociedad". La urgente obligación del gobierno a este respecto
no está sólo en rendir bien las cuentas, sino en servir de ejemplo para
que el pueblo sea también honesto y participativo. Como
se ve, la rendición de cuentas, por sí misma, no es el fin del proceso
de transparencia, sino sólo el principio. El camino que se debe de recorrer
no es corto, pero ya se ha comenzado, y el pueblo está, hoy más que
nunca, consciente de la situación que vive el país, y deseoso de cambiar
por el bien de la sociedad presente y de las generaciones futuras. 3. El pueblo como motor del cambio. El
pueblo de México se caracteriza por su gran diversidad cultural, sus
riquezas naturales y su gran apego a las tradiciones y valores que,
generación tras generación, se han transmitido en las familias. Esta
realidad nos dibuja un mosaico idóneo para la consecución del cambio,
dado que la cultura mexicana se ha delineado, a través de la historia,
como una cultura de trabajo y de lucha constante por la justicia. Esto,
unido a la visión del gobierno y el pueblo como iguales; no como antípodas
o, mucho menos, antagonistas, nos empuja a la consideración que sigue.
Gobierno y pueblo somos uno. Arrojarle la culpa a uno o a otro no es
sino lastimar a la patria, porque el gobierno se crea y trabaja con
gente del pueblo. El pueblo es el que da forma a su gobierno, y no al
revés. La
ladina costumbre de culpar a los gobernantes por todo lo que pasa no
es ya una opción seria, sino una práctica anacrónica y ciega. La ley
que prohibe el robo será siempre inservible mientras el pueblo
robe. Lo mismo hemos de decir de otros delitos, o de la corrupción,
o de la transa. ¿Para qué poner más semáforos, si la gente, de cualquier
modo, los ignora? No hacen falta más leyes, sino mejor cultura. Pero,
¿cómo se logra todo eso? Las multas ayudan; las cárceles complementan;
pero el gobierno se ha empezado a dar cuenta de que es más fácil no
tirar basura que barrerla, y allí ha encontrado un principio válido
para desarrollo: menos coacción y más educación. Para esto, en la democracia
encontramos una respuesta viable, dado que el proceso democrático promueve
el desarrollo humano, sobre todo en lo tocante a la capacidad para ejercer
la autodeterminación, la autonomía moral y la responsabilidad por las
propias elecciones. En efecto, un pueblo que se responsabilice por sus
decisiones tenderá a ser más razonable en la participación y más consciente
de su propia tarea como motor del desarrollo. Por
lo tanto, concreticemos: que el pueblo sea el motor del cambio verdadero,
y sea el gobierno la chispa que encienda ese potente motor. Que la acción
del pueblo, en esta patria democrática, sea la que empuje el desarrollo
nacional; sea el gobierno un sabio líder; pues querer que el pueblo
entero avance sin ayuda del pueblo entero, es una tarea hercúlea imposible;
es una idea que se opone a la realidad deseable de una nación esencialmente
democrática. La
Corrupción de los gobiernos comienza casi siempre por la de sus normas
y principios 1. Soluciones viables para México . Una
relación más afable y directa entre autoridad y pueblo. Siendo
esenciales estos tres factores como principio de una democracia alternativa,
eficaz, impresa de carácter mexicano pero sobre todo legítima por su
cultura; resalta en boga nuevamente la pregunta que tiene perplejo a
México desde sus inicios: ¿Cómo un país tan rico y variado en recursos
naturales es tan pobre y necesitado?. Ciertamente,
la pregunta trae consigo gran cantidad de respuestas variadas en ideologías
y opiniones encontradas que sólo traen consigo polémica en la sociedad.
Sin duda alguna habrá más de una solución. No obstante, como primer
paso de esa solución es necesaria una relación fraterna entre autoridad
y ciudadanía, que sólo se puede llevar a cabo a través de la democracia
y la rendición de cuentas. Es un ciclo virtuoso que trae progreso al
país. El
sistema a seguir como un primer paso a la solución de la problemática
actual de nuestra patria es relativamente sencillo: encontramos a dos
sujetos típicos en el Estado (pueblo y autoridad) formados bajo una
misma forma de gobierno que siguen un ciclo constante y justo que busca
el desarrollo mutuo; el pueblo elige al gobernante para que trabaje
conforme a los intereses de la sociedad en general rindiendo, por supuesto,
cuentas claras, precisas y objetivas de su mandato; y el pueblo, por
su parte, obedece y sigue al gobernante. Es absurdo que la sociedad
demande prosperidad en su vida cuando es ella la principal promotora
de la corrupción: quien se pone a trabajar con hilo distinto, destruye
el tejido entero. Lógicamente sucede lo mismo con el Estado; no puede
exigir a la población cuando es evidente que el erario público es mal
usado, hay constante corrupción y la partidocracia
está acabando de fondo con nuestra cultura. Muchas
veces, peleamos más por la forma de la ley que por el verdadero sentido
y razón de la misma. Si el Estado busca constantemente informar al ciudadano
– sin partidismos y de una manera objetiva – sobre la situación
actual del país, tanto en problemas como en posibles soluciones, la
sociedad estará en una posición factible de opinar. Si en esa información
se contiene un estudio detallado de los gastos públicos a nivel federal,
estatal y municipal, habrá una mayor confianza en las instituciones
gubernamentales que, consecuentemente, disminuirá la corrupción y llevará
a México a una cultura de transparencia real en donde el pueblo mexicano
vivirá con plenitud los valores de la democracia.
2. Soberanía: Solidez y Respeto. La
diversidad cultural y natural en México es un factor determinante en
la toma de decisiones y en la política a seguir. Por desgracia, no hemos
sacado partida a nuestra situación geopolítica y hemos abusado inexcusablemente
de nuestra diversidad. Concentrar nuestras riquezas nacionales y repartirlas
entre las distintas comunidades del país ha resultado una tarea extremadamente
difícil de realizar. Siguiendo
la cultura democrática es claro que hay que escuchar las necesidades
de todos los distintos grupos étnicos, respetar su cultura y cumplir
con sus exigencias, pero siempre teniendo en base que "la Nación
Mexicana es única e indivisible" y la igualdad de los hombres exige
que no haya preferencia alguna sobre raza o credo. No es propicio para
la democracia participativa ni para el desarrollo de nación alguna el
que queden aún pequeñas sociedades de hombres apartadas de las demás
o –como les llama Ortega y Gasset–
islas de humanidad, que floten en México como olvidadas de sus compatriotas,
con leyes, garantías y recursos distintos del resto de los mexicanos,
en donde su riqueza cultural es más un peso que un orgullo. Es
por tanto, imperativo, que el gobierno mexicano tome en cuenta todos
estos factores al rendir cuentas. El crecimiento del país debe buscar
su soporte en la soberanía del Estado mexicano, teniendo en consideración
el respeto de todos los mexicanos –sin excepción– y la firmeza
y perseverancia en sus decisiones. Son éstos dos elementos que van de
la mano y deben regir la política actual. 3. Un plan de desarrollo auténtico. Citando
a nuestra Constitución: "El Estado organizará un sistema de planeación
democrática del desarrollo nacional que imprima solidez, dinamismo,
permanencia y equidad al crecimiento de la economía para la independencia
y la democratización política, social y cultural de la nación. (…)
La planeación será democrática. Mediante la participación de los diversos
sectores sociales recogerá las aspiraciones y demandas de la sociedad
para incorporarlas al plan y los programas de desarrollo. (…)". La
participación es una garantía social de los mexicanos. Sin embargo ¿Realmente
tenemos una plan de desarrollo nacional que contenga todos los principios
anteriormente señalados?; y sobre todo ¿hay soluciones concretas y objetivas
a nuestros problemas?. A nuestro parecer éste es el punto central para
el crecimiento en todos los aspectos del país. Puesto que la pregunta
adecuada no está en el ¿Qué hacemos?, ya que están íntegramente definidos
los problemas que obstaculizan nuestro desarrollo y sabemos qué tenemos
que hacer – suprimir la corrupción, mejorar la educación, buscar
la seguridad pública, mayor diálogo político, etc. – Debemos fijar
nuestra atención, en cambio, en la pregunta ¿Cómo lo hacemos? –
cómo disminuyo la corrupción, cómo mejoro la educación etc. –
La
respuesta final, ineludiblemente, está en el pueblo y no, como la mayoría
piensa, en el gobierno. El futuro está abierto de par en par. Depende
de nosotros; de todos nosotros. Depende de lo que nosotros y muchos
otros seres humanos hacemos y habremos de hacer; hoy y mañana y pasado
mañana. Y lo que hacemos y habremos de hacer, depende a su vez de nuestro
pensamiento: y de nuestros deseos, de nuestras esperanzas, nuestros
temores. Depende de cómo percibimos el mundo (…). Esto significa
para nosotros una gran responsabilidad. La responsabilidad es del pueblo
y, para lograrlo, el gobierno es quien debe de poner el ejemplo. La
transparencia como camino a la sublimación de la democracia debe ser
perfectamente bilateral. La veracidad y la confianza deben ser mutuas
y permanentes entre pueblo y gobierno. No puede el gobierno desarrollarse
sin el pueblo, ni el pueblo sin su gobierno. Como
lo señalaba Tomás de Aquino: la sociedad humana no podría sostenerse
si unos hombres no ayudan a otros. Si las fuerzas políticas en vez de
luchar sólo por el poder o criticarse sin tregua, proponen cada una
un proyecto que contenga respuestas inmediatas al llamado de auxilio
de la población y, sin utópicos idealismos, señalan salidas concretas
a los problemas y, a su vez, impulsan positivamente los factores de
cambio a través de un registro de cuentas claras; la sociedad responderá
de la misma manera, con confianza y transparencia, generando ineludiblemente
un enriquecimiento cultural que será la sublimación permanente de la
democracia como forma de vida perenne en el pueblo mexicano.
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